En tres tiempos se divide la vida: En presente, pasado y futuro; de éstos el presente es brevísimo, el futuro dudoso y el pasado cierto... (Lucio Anneo Séneca)

jueves, 12 de mayo de 2011

El precio del Deán por su pecado




No hay pecado sin pena ni bien sin galardón, es lo pensaría don Juan Fernández de Córdoba y Zúñiga después de todo lo sucedido...
Los Jesuitas, en compañía con el Padre Ávila y la marquesa de Priego, hicieron cuanto les fué posible por apartarlo de aquella vida disoluta. Aunque me atrevería a decir que no sin nada a cambio...
Y cuando al fin, la reflexión, el arrepentimiento y los digno de los miembros de la Compañía de Jesús, cesaron con sus avatares amorosos... "Casualmente" la marquesa de Priego (La misma que había recogido a Beatriz en su huida), junto con el padre Juan de Ávila (El que descubrió lo ocurrido con la cautiva), convencieron al Deán de la Catedral para albergar en parte del solar de aquel suntuoso palacio del Canónigo a la primera fundación de Jesuitas en Córdoba, merced a su carta de donación otorgada en 1554.

"Por ella, don Juan entregaba el edificio y aledaños, rentas y otros bienes (libros, ajuar litúrgico, etc.) con que llevarla a cabo."

Los primeros jesuitas ocuparían en un principio tan sólo una parte del palacio, debidamente acotada y acondicionada. La huerta y jardín de la casa, quedaría igualmente partido, pudiendo hacer uso de la noria disponible para extraer el agua subterránea que corría y aún corre desde la zona de las Tendillas.

A la muerte del donante, se estipulaba que la propiedad en su conjunto pasara al Colegio, para lo que fueron necesarios, llegado el momento, una serie de acuerdos entre la Compañía y el primogénito de los hijos sacrílegos del Deán, renunciando a esta herencia para la que había sido habilitado por el Rey y el Papa.

Pagada su "penitencia" con parte de sus bienes y buenas monedas de oro, el Deán se centró en otros "menesteres" mucho más interesantes para la ciudad.
La multitud de niños ilegítimos que morían por arrojarlos a cualquier lugar inmundo, impulsó a Don Juan a crear una casa en la que se atendiese a las criaturas abandonadas, que eran depositadas en una cunas situadas en las galerías del Patio de los Naranjos de la Catedral y a las que acudían mujeres que querían amamantarlas, lo que hizo que el lugar recibiera el nombre de "Postigo de la leche".
En aquellos tiempos Córdoba carecía de toda clase de leyes urbanas, y cada cual hacía cuanto a su capricho le convenía... Entre otras inconveniencias era una de las peores el abandono de los cerdos que se encontraban campando a sus anchas por la ciudad.
Un día varios de estos animales se entraron en el patio de la Mezquita Catedral, y devoraron tres infelices bebés que estaban en la cuna de recepción, suceso que produjo gran sentimiento en toda la ciudad.

Desde aquel momento, el Deán se dedicó a buscar otro emplazamiento más acondicionado para tal fin... Proporcionando su primera ubicación en la Ermita de nuestra señora de la Consolación ubicada en la calle Armas esquina a la calle del Tornillo, conocida así por el Torno, que se colocó en la casa para poder dejar a los niños con el total anonimato de las madres. (Aún hoy en día se le llama así a esa calle).
Allí recogieron a los pequeños donde a las expensas económicas del Deán, los criaban y mantenían enseñándoles a leer y escribir.
El ingreso de cada niño era anotado en un libro de registro en el que se expresaba el nombre asignado al expósito y fecha de entrada en el torno, el día de su bautismo y la parroquia donde era bautizado. También se indicaba el nombre del ama de cría que se le asignaba al acogido, así como indicaciones posteriores en caso de que fuera adoptado y, en caso de fallecimiento, se indicaban las causas del mismo.
A los ocho años los entregaba a oficio, y, cuando ya eran mayores, los casaba, dotando a casi todos con casa y bienes en la villa de Rute, cuyo señorío ejercía, llegando a un número fabuloso las familias que creó de esta manera.
Después, ya muerto el Deán, fueron trasladados los pequeños al llamado Hospital de San Jacinto. Este establecimiento también habría de dejar su huella en la apreciación popular de los cordobeses quienes, solían utilizar el término "Niño de San Jacinto" como sinónimo de expósito
En este lugar permanecieron los acogidos durante 40 años, fecha ésta última en la que retornan de nuevo a la Ermita de la Consolación, donde permanecieron hasta que en 1816 fueron trasladados los expósitos al Hospital de San Sebastián en la calle Torrijos.



Fuente: 
Catalogo De Los Obispos De Córdoba, Y Breve Noticia Histórica de Juan Gómez Bravo- Paseos por Córdoba- Foto recogida de Internet de plus.googleapis- realmente no pertenece al personaje 

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