En tres tiempos se divide la vida: En presente, pasado y futuro; de éstos el presente es brevísimo, el futuro dudoso y el pasado cierto... (Lucio Anneo Séneca)

miércoles, 17 de marzo de 2010

Hisam III al-Mu'tadd bi-llah, "El Vividor"







   Un caudal sin fin de lágrimas es poco
    si lloras por Córdoba la perdida

(Poesía andalusí)




Córdoba había dejado de ser una presa codiciable para cualquier príncipe, Omeya o no, que aspirase a un trono vacante.
Todo aquel que se instalaba en el Alcázar de los descendientes del Inmigrado, sabían que exponía su propia vida por un título despojado de toda su gloria y esplendor del pasado.
Eso debió pensar Hisam ben Muhammad ben Abd al-Malik, cuando los nobles cordobeses le ofrecieron proclamarlo Califa de Córdoba.

Tras la expulsión de Córdoba del último Califa hammudí, Yahya ben Ali ben Hammud, gracias a la colaboración algunos Reyezuelos de algunas ciudades, la nobleza cordobesa, liderada por un miembro de la vieja familia de los Banu Abda intentó por última vez restaurar el Califato, pensando en un nuevo miembro de la dinastía Omeya.

Los notables cordobeses acordaron como requisito para entronizar un candidato que fuera reconocido por los numerosos jefecillos que pululaban por todo al Andalus, con el fin de presentarlo como la cabeza visible nacional en la lucha contra el enemigo común, los bereberes, considerados como la única fuente de todos los males que venía sufriendo al-Andalus desde la caída de los amiríes .

El candidato, que vivía desde los primeros tiempos de la fitna en el castillo de Alpuente, al noroeste de Valencia, hospedado por el señor de la fortaleza, no manifestó ninguna prisa por tomar posesión de un trono tan peligroso y problemático como era el cordobés.
Hisham, parece que se lo pensó mejor y accedió al requerimiento que se le hacía y fue proclamado Califa con el título de al-Mutadd bi-llah "El que confía en Alá" aunque continuó viviendo en Alpuente, mientras esperaba que se aplacaran por completo las susceptibilidades que su nombramiento había provocado en Córdoba por ser el hermano mayor del malogrado Califa Abd al-Rahman IV al-Murtada

Al cabo de dos años y medio de su proclamación, Hisham III hizo su aparición en Córdoba, a la cabeza de un pequeño y anodino séquito, se instaló en el imponente Alcázar heredado de sus mayores. 
La impresión que causó a sus nuevos súbditos, no pudo ser más decepcionante y hacia presagiar lo que habría de ser su reinado, el nuevo Califa, tal y como sospechaban los cordobeses fue tan mediocre e incapaz para gobernar como sus predecesores.
Hisham III, recordando los tiempos del Califato de Hisham II, delegó el gobierno en su primer ministro, Hakam ben Said, un advenedizo intrigante amigo de francachelas, al que confirió plenos poderes, mientras que él se preocupaba únicamente de disfrutar con todos los lujos posibles la dorada existencia que le habían procurado los cordobeses.
Hakam asumió el verdadero mando de la nave del Estado, con una actitud arrogante que desembocó en una sucesión interminable de abusos de todo tipo, sobre todo económicos, hasta el punto de que el Tesoro Público fue sangrado hasta su último dinar...
Hakam despidió a casi todos los funcionarios de la Corte, cuyos puestos cubrió con jóvenes libertinos menos escrupulosos si cabe que el visir y el Califa...
Para paliar la ausencia del dinero en las arcas públicas, Hakam impuso una serie de impuestos contrarios a la ley con los que pudo recabar el dinero suficiente para cubrir los gastos derrochadores de una Corte abandonada por completo a la lujuria constante.
Ante las lógicas protestas de los juristas coránicos,  tanto el Califa como el visir amenazaron a éstos con iniciar una represión sangrienta en contra de todo aquel que osara enfrentarse a su poder.
Semejante episodio colmó la paciencia de la aristocracia cordobesa y selló el principio del fin, tanto del reinado de Hisham III como de la propia institución del Califato en Al-Andalus. 
Para ello provocaron un levantamiento de la población, liderado por otro familiar de la dinastía Omeya, Umayya ben Abd al-Rahman, que reunió a un nutrido grupo de partidarios descontentos y se apostó con ellos en la calle por la que pasaba el visir para ir a palacio. 

Hakam fue literalmente despedazado, mientras que su cabeza era paseada por la ciudad en el extremo de una pica ante la general alegría de todos los cordobeses.

Una vez calmados los ánimos, el infeliz Umayya fue "invitado" a abandonar la ciudad lo antes posibles, bajo pena de muerte.
Hisham III, al darse cuenta de lo que sucedía, se refugió junto con sus mujeres,  en una dependencia de la Mezquita, aprovechando un pasadizo que unía ésta con el Alcázar. Allí lo encontraron rodeados de sus mujeres llorando.
A la caída de la noche convocaron los visires a los nobles de Córdoba, el veredicto de la asamblea fue la pena de muerte si no renunciaba o pena del destierro para el Califa destronado.
Aunque Hisham III fue encerrado en las mazmorras de un Castillo.
Cuentan que al cabo de mucho tiempo logró escapar y que se exilió en Lérida, donde encontró asilo político bajo la protección de su reyezuelo, Sulayman ben Hud. Nada más se supo de él, quedó olvidado muriendo en aquellas tierras, de manera oscura.

Con este lejano y poco glorioso descendiente de Abd al-Rahman I , finalizó para siempre la larga nómina de príncipes andalusíes que reinaron en al-Andalus. 
Desaparecida la institución Califal, hizo su aparición el período de los Reyes de Taifas.

Pero eso, déjame que te lo cuente otro día.


Fuentes consultadas: 
Historia de los musulmanes en España de Reinhart Dozy - Saladino por Julio Reyes Rubio- Breve historia de Andalucia de Manuel Peña Diaz- Wikipedia- El Islam y Al Andalus- Crónicas de la provincia de Córdoba de Manuel Gonzales Llana- La otra Córdoba de Galisteo Roger- Foto recogida de internet segundarepublica.com

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